Espacio Poetico - LA PROFECÍA DE UN SUEÑO
  Visitantes
  EL SECUESTRO DE LA MUERTE
  => LA PROFECÍA DE UN SUEÑO
LA PROFESÍA DE UN SUEÑO
 
Todo parecía normal aquella mañana de invierno. La lluvia continuaba cayendo y devanándose en el césped, mientras ella meditaba el sueño negro que interrumpió su descanso.
Soñó que la raptaban como si fuera una presa ante un cazador y que la suspendían por los vientos escalofriantes huracanados. Que hervían los insectos en la tierra, mientras era arrastrada por seres extraños con sus mandíbulas extravagantes…
Por unos instantes creyó que el fin del mundo estaba cerca y que Dios le estaba advirtiendo tales aconteceres, pero al mismo tiempo se sentía traicionada por la imaginación y pensó en la existencia de seres fuera de nuestro planeta. Su confusión cada segundo ascendía, mientras sus negros cabellos ocultaban sus ojos soñolientos y vivos a la vez.
Entró a la ducha donde la esperaba el agua tibia de la mañana, acarició su cuerpo y una sonrisa borrada se escurrió por sus labios temblorosos al ver la belleza desnuda de su piel.
Estimó detalles ante el espejo para ir a cumplir su jornada de trabajo. Saludó a todos sus compañeros, quienes ignorando lo que le sucedía, bromearon con ella…
De regreso a casa, escuchó una voz en la interioridad de su imaginación que la llamaba bruscamente por su nombre. Se sintió temerosa y quiso correr para huir de lo que la aterrorizaba.
Las personas que estaban en la calle, veían como aquella hermosa joven con sus ojos claros y su voz fuera de órbita gritaba tomándose con sus manos delicadas el cabello, agredido por el destino. Pedía auxilio a gritos, no dejando de correr hasta encontrar protección.
Nadie podía socorrerla, ni siquiera decirle que no la perseguían, que debía controlarse. Nadie podía decirle esas palabras de seguridad. Muchos pensaban que había quedado demente por tanto estudio y trabajo.
En su cabello tenía unos hilos castizos e incomparables que le gustaba lucir siempre con sus mechones sobre sus ojos. Fanática a la música suave porque la transportaba al mundo que la mantenía relajada. Pero ese día volvió a casa con su demencia recién pasada; platicándoles a sus padres lo que ocurría y que tenía miedo dormir porque tendría el mismo sueño de la noche anterior.
 
Su padre que la mimaba tanto, era un señor alto, de barbilla puntiaguda, cejas pobladas y su cabello cano que le afinaba un poco su peinado. Dijo que esas cosas no eran nada bueno, que lo mejor sería visitar un centro de atención que conocía y así poder alejar los demonios y otras creencias que mencionaba con sus palabras bien entonadas y serenas.
“Más sabe el diablo por viejo que por diablo” sabía decir cuando expulsaba el humo del cigarrillo.
No le gustaba que le dijeran, que dejara ese vicio, sabiendo que era la causa de la bronquitis que los doctores le habían detectado. Solía decir que, cada vez que se hacía un examen, el médico le detectaba una nueva enfermedad, que lo que querían era vender toda su farmacia para sobrevivir…
 
Una anciana bellísima, que a pesar de sus años seguía siendo una mujer emprendedora, dejó aparecer su voz oculta; reflexionando la situación. Dijo que Dios era el único que podía ayudarlos, que no había necesidad de buscar otros medios cuando su Padre celestial estaba al frente de todo.
Tenía mucha fe, y era lo que no le agradaba a su adorable esposo, quien era más realista y decía que: “a Dios orando, pero con el mazo dando” de lo contrario no ayudaría en lo que se le pidiera.
 
Susana, era la única hija que habían procreado, por lo tanto la convertía en la niña protegida; la mimada. Dueña legítima de toda la fortuna que habían atesorado. Y este, era motivo para que no la pretendiera cualquier hombre por más enamorado que estuviese.
Era el consejo que le daba su padre antes de salir de casa y cuando regresaba. Que abriera bien los ojos, que ese noviecillo que se tenía no era de su calaña. Eran las mismas frases de siempre, pero su madre de vez en vez la alcahueteaba y le decía que tenía un buen muchacho…
Pasados algunos minutos se escuchó el timbre que llamaba a la puerta. Era un apuesto joven. Traía un ramillete de flores en una mano, y en la otra una caja de chocolates. Se trataba de Ricardo, el novio de Susana, el odio de don Manuel y el consentido de doña María.
Susana se le tiró con cariño para enredarse en sus brazos. Le besó la mejilla y le demostró cuánto lo extrañaba.
El joven, extrajo una medalla de oro del bolsillo de su camisa y la colocó en el cuello fragante de su novia, dicho gesto fue agradecido con un ligero beso.
Ricardo tenía la piel clara, su cabello entre amarillo y recortado; cuando se lo dejaba crecer se le hacían ciertos rizos amarillentos que lucían con su fisonomía bien presentada. Vestía un pantalón Jean azul claro y unas botas negras, punteadas de color plateado. Bien rasurado, con su camisa negra y las mangas enrolladas a la altura de medio brazo, y sus ojos color café brillaban ante la sonrisa de su amada.
La abrazó fuertemente, despacio le recostó su rostro en su pecho. Era la altura que alcanzaba Susana frente a él. Ricardo le susurró al oído y le dijo que no se preocupara, que todo iba a salir bien y que él estaría siempre para protegerla.
En ese espacio de consolación entró doña María y le sirvió un té, el joven agradeció con una sonrisa abierta. Los tres, se quedaron a conversar en el sillón que estaba frente al televisor...
Susana le comentó todo lo ocurrido, desde el sueño hasta las voces que escuchó en la calle. Debía desahogarse con alguien y su novio era la persona indicada.
Don Manuel se le quedó mirando, mientras sostenía la puerta del refrigerador. No le dirigió ni la contestación del “buenas noches y gracias por la atención” sólo él sentía el odio que le estaba carcomiendo lo más profundo del corazón.
A Ricardo en nada le afectaba el odio que sentía don Manuel, pero si respetaba ese sentimiento, por lo que muy pocas veces lo frecuentaba, sólo en casos extremos cómo el que acababa de acontecer. Sonrientemente tomó un taxi y desapareció en la oscura calle, en la de los faroles quebrados…
Todo parecía normal, como en la mañana que Susana, trataba de revelar sus sueños en su alcoba, mientras la lluvia se devanaba en el césped. Sólo que ésta vez los acontecimientos se acercaban más a las manos trágicas de la muerte. Ni don Manuel, ni doña María, ni Ricardo, ni la Anciana que intentó desarmar y revelar su sueño podían evitar la tragedia.
Doña Carmen, sólo dijo que la señora estaba muy cerca y que rondaba en los anocheceres los balcones de su habitación. Pero nunca le pudo advertir lo que en realidad sucedería aquel domingo de noviembre; cuando ella soñaba que seres extraños la raptaban y que la suspendían por los vientos escalofriantes y huracanados del abismo.
 
Dos meses transcurrieron después del sueño y don Manuel, logró quitar a Ricardo de las manos de su hija. Consiguió una cita con los Senadores más famosos del mundo que llegaron a Tegucigalpa en representación de muchos países latinoamericanos.
 
El poder y la ambición ésta vez pudo más que el amor. Don Manuel se sentía feliz al saber que su hija ya no iba a pertenecer a las bajuras de la vida, sólo pensaba en las grandezas para su vejez.
 
En la reunión, Susana conoció a Fernando, un personaje poderoso de Panamá. Implantaba buena sensación y en cantidades su honradez y humildad. Sin embargo, se sentía incómoda, porque su Padre decía que de esa manera su riqueza sería compartida por partes iguales; no como lo iba a hacer con el infeliz de Ricardo.
 
Don Manuel, le dijo a Ricardo, que él era responsable del futuro de su hija y por tal razón jamás iba a permitir la relación entre ambos. Ricardo Fabián Cáceres se sintió escoria quizás, pero recapacitó y le dijo que la pobreza que él tenía era digna, en cambio la riqueza que lo encerraba era sucia, porque todo lo que tenía lo envolvía en un viento de ambición que acabaría con su felicidad.
Don Manuel, sintió que le partían la cara y respondió con una bofetada que distorsionó los sentidos del joven, lo tomó por el cuello y le dijo:
—Mira, hijo de mierda, si vuelves a mencionar tales barbaridades te las verás conmigo. Yo soy un señor trabajador y no le debo a nadie, y lo de sucio, eso me quita el hambre y me hace gozar de las comodidades de la vida pendejo...
Ricardo por primera vez sintió que su pecho se desbarataba en las manos de don Manuel, pero seguía gritándole proféticamente en la cara.
 
Ricardo trató de explicarle a Susana, pero ella confiada por su padre no le creyó ni media palabra. Esto ocasionó que Ricardo se apartara y buscará su camino derecho en la vida, mientras decía: “Gracias Señor, por ser pobre, los pobres tenemos la dicha de vivir sin miedos” Así, se alejó de las manos hambrientas y sedientas de muerte, y caminó como pájaro herido…
La fatiga lo abrazó por el camino y se adormeció con el canto de los grillos. Soñó el regreso en un alazán y con armadura impecable para combatir con todos los demonios del infierno. No era nada la vestimenta, era la furia enrojecida que traía en el corazón, porque la rabia y la traición lo habían acechado, robándole la paciencia que en 25 años jamás había perdido. Quizás se sintió Alejandro Magno contra todo el ejército de Persia. Pero en ese instante un grito aterrador le clavó una flecha en el corazón endemoniado que traía, y regresando su espíritu pudo despertar aturdido por tal aventura fantástica que había tenido en su heroico sueño.
 
Se sentó sobre una roca rudimentaria y fallida. Quería convencerse que sólo era un sueño y no, un percance que afectaría su destino.
Tomó la medalla que lo acompañaba, besó la foto de su amada, la apretó fuerte en sus manos y se escuchó un quejido de llanto malicioso. Reuniendo todas sus fuerzas para expulsarlas de un golpe, presionó la medalla y la arrojó con todas sus fuerzas. Sólo se dijo: “No la necesitaré más...” Y es que la noche que había pasado, fue como una visita hostigosa al lugar profetizado y maldecido por el Santísimo.
 
La aurora comenzaba a emitir luz que apaleaban los ojos del caballero abatido por los pensamientos que lo desengañaban de la vida, y preguntándose, cómo estaría su amada.
Mientras el errante tomaba una decisión, sí, continuar lejos apartado de la civilización en aquel solitario rincón de la tierra o regresar y enfrentarse a la realidad. Al pensar que Don Manuel, no era nadie para oponerse al amor de su hija, concedió dar la media vuelta y buscar el rastro de sus huellas para regresar por aquellas personas que lo necesitaban…
 
En la capital, se escurría una sombra oculta por la oscuridad de la medianoche. El lugar estaba solitario, sólo hedía a muerte y a pesadillas inevitables…
 
 
 
— ¡A vuelto! —Gritó, un niño— ¡mamá, ha vuelto!
 
Lloraron los ojos azules de doña Francisca. Su hijo Ricardo había regresado, y ella esperaba ese día como si fuera el mejor de su vida.
Después de abrazarlo y besarlo, tomó el jarrón y vertió café negro en un tazón y le dio de beber aquella esencia para que recuperara fuerzas y así comunicarle las buenas nuevas de la ciudad.
 
Mientras que en una casa blanqueada por los destellos de la luna, una mujer sollozaba y le pedía al cielo no más castigo y que regresara aquel ser que amaba tanto. Se veía de espalda, estaba completamente destruida porque se había vuelto una obligación amar a Don Fernando Cascada y dentro de los próximos días se celebraría la boda más famosa de la época, porque el dinero es el que permite tales lujos y comodidades en la vida.
Al mirar, en la mujer del espejo su rostro callado y sus mejillas húmedas por el llanto, trató de no sufrir más y decidió buscar a ese hombre, no importando donde estuviera.
Sin pensarlo salió como si se escapara de prisión y no quisiera saber más de su pasado. Nadie supo su decisión. Caminó en horas de la madrugada hasta que los rayos del sol la ofendieron...
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis